Coreografía e interpretación: Roberto Roa
Música: F.
Chopin y NTM
Duración:10
minutos
Presentaciones:
- PRE ESTRENO EXPO ARTE, FABRICA DE IDEAS DICIEMBRE DE 2007
- ESTRENO CENTRO CUTURAL OSORNO, EXPO MIQUEL ANGEL LEAL, DICIEMBRE DE 2007
- FUNCIÓN DE REPERTORIO CIA TEAMTUBULENCIA, ESCUELA DE VERANO LICEO POLIVALENTE MARIANO LA TORRE, CURANILAHUE, ENERO DE 2008
- MUESTRA PLAZA DE ARMAS, DÍA DE LA DANZA 2008, ABRIL
- FUNCIÓN DÍA DE LA DANZA 2008, UDEC, CASA DEL DEPORTE
- CONCE DANZA, PLAZA PERÚ 2008
- INSTITUTO HUMANIDADES DE CONCEPCIÓN 2008
- CICLO DE DANZA SALA ANDES, ENTREMEZCLADOS, JUNIO DE 2008
- FIESTA DE IDIOMAS EXTRANJEROS FACULTAD HUMANIDADES Y ARTE, UDEC. JULIO DE 2008
- DÍA DE LA DANZA 2009, SALA DOS ORGANIZADO POR JOEL Y COMPAÑÍA
- DÍA DE LA DANZA COELEMÚ, ITINERANCIA CONSEJO 2009
- DÍA DE LA DANZA 2010, CELEBRACIÓN MESA REGIONAL DE LA DANZA EN CORPORACIÓN SINFÓNICA DE CONCEPCIÓN
- DÍA DE LA DANZA 2010, ITINERANCIA POR LA REGIÓN DEL BIO BIO EN APOYO DE LAS COMUNIDADES AFECTAAS POR EL TERREMOTO, EN CENTRO CULTURAL DE BULNES
Reseña
El trabajo nace de una mirada a la cotidianeidad de
elementos tan comunes que aparecen invisibles frente al inconsciente colectivo.
El ejemplo concreto es una Bolsa Plástica, estos residuos, que rompen a
cabalidad las normas de cada espacio, no le piden autorización a nadie, no se
visten de ninguna manera especial, no se cuestionan, no son victimas del dolor,
solamente aparecen invisibles en los espacios menos esperados. Son elementos
ignorados. Las bolsas plásticas, cuando notamos su presencia, nos deleitan o
nos causan reticencia.
Desde esta premisa, se recrea una personificación del
pasar de una bolsa por una calle cualquiera dominada por autos, señales,
personas y movimiento:
“Dos aromas de caramelo cacao pasaron soplados en las
micros que corren por Paicaví.
Yo me quedé soplado, luego de la velada insana que me
tocó las crestas y me dejó ahogándome en la orilla.
Después, sólo necesité una suit de cello, una calle
vacía, cuatro esquinas grandes atravesadas por luz de calle, cuatro esquinas
frías, manoseadas y a veces mojadas,
además de un cuerpo flagelado de amor...
Ojala el azar me llevara a verte mañana y tenerte por
más de dos minutos.
Ya no quiero relaciones de instantes fugaces
reflejados en miradas llenas de añoro que se confunden en la melancolía del
éter académico laboral temporal.
Ya no quiero miradas melancólicas confundidas por el
añoro de aromas chocolatados.
Tamo, tamo invisible. Deja de romperme el corazón que
no puedo parar de amarte. Tamo, tamo invisible.
Ayer, llamé y estaba acostada. No pensó que viajé dos
horas para encontrarla. En fin, que se cuide y repare su calle, yo ya me bajé
de la micro. Ayer era la última parada.
Tamo, tamo invisible. Deja de romperme el corazón que
no puedo parar de amarte. Deja que me baje. Tamo, tamo invisible.
Tamo, tamo invisible. Deja de romperme el corazón que
no puedo parar de amarte. Deja que me baje. Deja que me quede en mis cuatro
esquinas frías para encontrar otros olores. Tamo, tamo invisible.”
Roberto Roa
Medusa de viento
Todos los días del invierno pasado después de clases o
ensayo en la escuela, me iba caminando para mi casa. Me tomaba unos 25 minutos
que a veces se transformaban en 30 o 40 o 20. Todo dependía de lo que me
sucediera durante el día en ese lugar de emociones palpables.
Caminaba yo mirando como si esa calle “Paicaví” fuese
una especie de televisión. Y a eso de las 9 siempre había un capítulo diferente
de la telenovela que yo veía día a día:
La actriz principal aparecía majestuosa por el aire,
se codeaba con las estrellas y las nubes, flotaba como una medusa avanzando por
los espacios que se derretían por verla deslizarse, era tan frágil que ni siquiera
la veían pasar, era invisible a los ojos de los mortales indiferemuertos.
Siempre me seducía con su “mírame y no me toques”, nada podía destronarla. Iba
así la historia:
Ella tenía amplia morada bajo el éter, como todos los
demás. En la morada que era concreta, pública, minada y promiscua los
indiferemuertos sin confesar se arrollaban entre sí arrastrando con su prisa y
arrogancia todo lo que quedara cerca de su paso. La fuerza de todos ellos la
invitaba a sumarse al flujo, a pertenecer y moverse al unísono donde sea que
ellos fueran.
Aún intuyendo la verdad se sumó a la marcha
perniciosa. Sin creer que el transito la pudiera despedazar, decidió irse con
la manada de indiferemuertos que se abatían como mastodontes mecánicos. Avanzó
cien cuadras de las que se miden corriendo. Agotada, sentía que se desvanecía
como la sal en la tierra, pero no, ella no era una bolsa hecha de sal sino de
plástico y finalmente terminó pisoteada y rota en el círculo de llantas
quemadoras en que se había metido.
Entonces sólo bastó un momento y una silenciomirada
cómplice de su amigo don Diario el Sur para que entendiera que las manadas
inermes no existen y se deshizo en llanto aclarador.
Otro momento. Dejó de llover y un pié la dejó
estampada junto a una pared de guardia. Había allí dos boletos de tren hacia
Barrio Donde, una familia de hojas de acacia y un resto de vestido rojo. Ella,
los boletos, las hojas y la tela carmesí unieron soledades y no estuvieron
solos. Pasaron la noche absorbiendo cerveza de una lata roja que estaba a la
mitad. A la medusa de viento le bastó medio sorbo para caer en el círculo de
brisa inconsciente. Todos cayeron, uno a uno fueron creando una figura borrosa
de amor perdido. Ninguno quería salir de ese estado. “Es más fácil no saber. La
ignorancia es dicha”, dijo el boleto más viejo. “Yo llevo aquí harto rato, y no
me vienen con cuentos”.
Ninguno de los apresados quería liberarse de sus
vueltas confundidas, la indecisión los asediaba interminablemente. Sin embargo,
la majestuosa medusa urbana retomaba inconscientemente su color de vida. El
vientaire la desnudaba de las heridas y la vestía con seda nueva de color real.
Desde lejos, alumbró un poste que la despertó con su
luz que adornaba las sombras de los árboles. Ella se lanzó apresurada hacia el
límite de la vereda y la pared para agradecer. El poste, erguido y refulgente,
le dijo: “Pas give up”. Y ella sonrío inocente, sin que su ser descifrara aquel
significante; pero su corazón ahora maduro cobijó el sonido y entendió.